La Nueva España - 26/08/21 - Jonathan Sánchez Mallada
El buen rendimiento de la OFIL y de García de Paz en la primera experiencia sinfónica del músico
©Beatriz Montes

El tercer concierto de verano de la OFIL estaba colmado de alicientes para el melómano público ovetense, ávido de música clásica, cuya entrega a la orquesta de la ciudad parece ser total. Había ganas de ver al fundador y director de “El león de oro” lidiando con un repertorio completamente sinfónico, pero si la expectación era mayúscula, los resultados artísticos no defraudaron en un programa desconocido pero muy atractivo.

La pregunta sin respuesta” plantea un interrogante existencial que se respondió en el concierto con las dos obras que completaban el programa: pasión y fantasía. Seguramente la característica que mejor defina la obra de Ives sea la multiplicidad de planos que, en manos de la OFIL y de García de Paz, estuvo muy cuidada. La disposición orquestal separando las maderas y con la trompeta en el piso superior contribuyó a un efectismo nada artificioso y bien entendido que se completaría gracias a una cuerda tensa y homogénea que generó la atmósfera ideal para afrontar con garantías la pieza del compositor norteamericano.

La segunda obra de este programa nada convencional era la “Sinfonía número 49 en fa menor” de Haydn, en cuyo primer movimiento, director y orquesta supieron imprimir el carácter profundamente melancólico que encierra esta sinfonía, trascendiendo hasta nuestros días bajo el sobrenombre de “La Pasión”. Quizá algo rígido en la gestualidad al inicio, pero atento a las entradas más importantes y muy pendiente de cada inflexión dinámica, García de Paz se fue soltando conforme se sucedían los compases, abordando los dos movimientos rápidos con dramatismo y velocidad, pero sin resentir la emisión ni la sonoridad, muy aseadas en todo momento.

El minueto estuvo especialmente cuidado, con unos juegos de volumen en la OFIL muy acertados y una direccionalidad en cada una de las frases y temas muy nítida, contribuyendo a crear una sensación de luminosidad en los cambios tonales hacia el homónimo mayor de fa menor, tonalidad imperante a lo largo de los cuatro movimientos.

La magia vendría de la mano de la “Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis para doble orquesta de cuerda”, de R. Vaughan Williams, donde Marco Antonio, avezado a lidiar con dobles coros en sus programas con “El león de oro”, contrapuso ambas formaciones derivadas de la Oviedo Filarmonía explotando todo el lirismo contenido en la obra de Williams en momentos de una expresividad subyugante, tanto en los solos como en los tutti, acentuada por una cuerda brillante y tersa. Mucho más cómodo sobre el pódium y transmitiendo seguridad y confianza, sacó adelante, con unos resultados notables, una obra efectista y culminaría su debut ofreciendo el Larghetto de la “Serenata para cuerdas en mi mayor, op. 22” de Dvorák, aseada y muy cantábile, a modo de propina. Si, tal y como García de Paz había expresado días antes, afrontaba este concierto como una experiencia o reto vital, podemos confirmar que el “alumno sinfónico” progresa adecuadamente.