Programa

Misa en Mi bemol Mayor (Cantus Missae), Op. 109 – Josef Rheinberger (1839-1901)
– Kyrie
– Gloria
– Credo
– Sanctus
– Benedictus
– Agnus Dei

Jauchzet dem Herrn, alle Welt (Salmo 100) – Felix Mendelssohn (1809-1847)

Richte Mich Gott (Salmo 43) – Felix Mendelssohn (1809-1847)

Geistliches Lied, Op. 30 – Johannes Brahms (1833 -1897)

When David Heard – Eric Whitacre (1970)

El León de Oro
Óscar Camacho, piano
Marco Antonio García de Paz, dirección

Notas al Programa

“Monumentos canoros” puede parecer un título ambicioso, de hecho, lo es. ¿Se puede cantar un monumento? ¿Es posible, acaso, construir con un arte que es efímero en el tiempo? Nosotros creemos que sí, y para demostrarlo hemos escogido esta selección de obras, en su mayoría románticas, que hacen honor a la época en que fueron compuestas. Son obras pensadas para grandes coros y un elevado número de voces (no olvidemos que el Romanticismo es la época de la Revolución Coral, el auge de las grandes masas corales lejanas al ámbito profesional, aunque bien cercanas al disfrute). La forma en que están compuestas explota la sonoridad sin resultar nunca estridente, sino sobrecogedoramente bella, como los emplazamientos para las que fueron concebidas. Y es dentro de esa belleza donde esperamos que puedan pararse a disfrutar de este efímero arte con nosotros. De entre las 14 misas compuestas por Josef Rheinberger, la Opus 109 ocupa una posición muy destacada. Fue escrita pocos meses después del surgimiento del movimiento Cecilianista que abogaba por un estilo musical más sencillo, alejado de la grandilocuencia romántica y en favor del entendimiento del texto. Estos preceptos cecilianistas fueron rechazados por Rheinberger, quien tenía otras ideas en mente para demostrar que otro estilo musical religioso era posible. Corría el año 1878 en pleno apogeo romántico cuando decidió componer una misa que imitaba, nada menos, que las formas renacentistas. Las voces dispuestas en un doble coro interactúan a la manera del policoralismo veneciano propio de finales del Siglo XVI. Sin embargo, el lenguaje empleado es el del propio compositor y su época: armonías coloridas, melodías embaucadoras y sonoridades amplias que nunca dejan de lado el significado textual supeditándose a la perfección a su entendimiento. Consigue así Rheinberger transmitir un mensaje de humildad tejido a través de un entramado de puro sinfonismo coral. Los salmos de Felix Mendelssohn se catalogan con sus obras sacras compuestas entre 1822 y 1849. Como compositor luterano, Mendelssohn escribió un buen número de obras dedicadas a la liturgia, muchas de ellas siguiendo el modelo de los corales del gran J. S. Bach (1685-1750), a quien Felix redescubre, se dice que allá por 1829 y se ocupa del reestreno de muchas de sus obras. No obstante, aunque el estilo de estos salmos beba del barroco, la impronta romántica está bien presente. El Salmo 100 Jauchzet dem Herrn “Alégrate al Señor, todo el mundo”, compuesto en 1844 celebra la amabilidad y la misericordia del Señor con una rica textura, sobre todo en la parte central. El Salmo 43 Richte Mich Gott “Júzgame, oh Dios” es quizás más ambicioso: está escrito para 8 voces que se alternan en secciones de voces masculinas y femeninas que terminan conjuntamente en un último alegato de fe. Otra obra que nos retrotrae al pasado es Geistliches Lied, Op. 30 de Johannes Brahms. Compuesta para órgano y coro en 1856 esta pieza es un excelente ejercicio contrapuntísico. Se trata de un doble canon en que los tenores imitan a las sopranos y los bajos hacen lo propio con las altos. De esta forma Brahms se acerca al Siglo XVII pero sin dejar de lado la escuela romántica. La música acompaña cuidadosa e imperturbable al texto invitándonos a alejarnos de las preocupaciones mundanas. El “Amén” final es sin duda alguna, uno de los más bellos jamás escrito. Cuando David oyó que Absalón había sido asesinado, subió a su cámara sobre la puerta y lloró, ¡hijo mío, hijo mío, oh Absalón, hijo mío, ojalá yo hubiera muerto por ti! Sobre esa devastadora frase se construye la última obra de nuestro programa, When David Heard de Eric Whitacre. Es la única obra que no encaja en el programa por época, ya que fue compuesta en 1999, pero sí lo hace por sonoridad. El estadounidense alterna desde el silencio, la tímida entrada de una cuerda hasta crear una masa sonora conformada por 18 voces para ilustrar el dramático y desgarrador momento en que David descubre que su hijo ha sido asesinado. La maestría con la que Whitacre entrelaza los motivos del duelo y consigue inmiscuir a cualquier oyente o cantante en ese ambiente de absoluta desesperación resulta, simplemente, sobrecogedora. Un “monumento canoro” con todas las letras para cerrar este programa que bien podría causar síndrome de Stendhal.