Programa

PROPUESTA DE PROGRAMA

Último salto de Fe
Salve Regina (SSABar + SATB) – Tomás Luis de Victoria (1548 – 1611) (9’)

Traición
Si tus penas no pruevo (SSA) – Francisco Guerrero (1528 – 1599) (3’)
Una hora (SSAA)* – Tomás Luis de Victoria (1548 – 1611) (3’)

Lo que contamina al hombre
Hei mihi, Domine (SSATTB) – Francisco Guerrero (1528 – 1599) (4’)
Hypocritae, bene prophetavit (SATB) – Sebastián de Vivanco (1551 – 1622) (¿5’?)

Destrucción
Incipit lamentatio (SSATTB) – Francisco Guerrero (1528 – 1599) (10’)

El Jucio
Libera me (SSATTB) – Tomás Luis de Victoria (1548 – 1611) (9’) Tenebrae factae sunt (SATB) – Tomás Luis de Victoria (1548 – 1611) (4’)
Redención
Versa est in luctum (SSATTB) – Alonso Lobo (c. 1555 – 1617) (6’)

*La plantilla puede variar en función de la versión

El León de Oro
Marco Antonio García de Paz, dirección

Notas al Programa

“Cadere ad inferos” muestra la caída al infierno de un hombre que ha pecado, condenando así a su alma por toda la eternidad. Hay un diálogo continuo entre luz y oscuridad, cielo e infierno. La música escogida, toda de grandes polifonistas de la escuela española, se convierte en la principal narradora de este viaje a través de dos planos tan contrastantes. Además, será la encargada de dictar sentencia sobre el alma condenada dejando la puerta abierta a la redención y el perdón. El hombre sabe que algo tremendo está por venir. El silencio reina antes de la tremenda pugna que se avecina. Hace muchos años que no dirige sus pensamientos al cielo ya que sabe que sus acciones no han sido las más correctas. En un último salto de fe ante la inminente desgracia que le acecha, su alma ruega a la Reina de los Cielos misericordia y protección, Salve Regina. La tristeza asola al hombre, los remordimientos se apoderan de él. Pese a sus súplicas, el silencio sigue persiguiéndolo. El gris tiñe con pesaroso tono su existencia. Necesita una señal, aunque le duela: Si tus penas no pruevo, o Jesús mío, vivo triste y penado. La respuesta no tarda en llegar. El hombre ha traicionado los principios a los que se había consagrado. La tentación le ha podido: ha pecado. La ponzoña infernal ha profanado la pureza celestial. Solo tenía que resistir Una hora y en su lugar, la traición se ha apoderado de cualquier rastro de buena intención que pudiera quedar en su alma ya corrupta. Un espíritu desleal que extiende su mano hacia los vapores de lo profundo. El alma turbada del hombre se revuelve inquieta ¿qué va a ser de él? Clama ayuda al cielo, Hei mihi, Domine, dando comienzo a su desgracia. Ya profetizó Isaías: Hypocritae, bene prophetavit, el pueblo con los labios me honra, pero es su corazón lo que está lejos de mí. Lo que contamina al hombre es lo que viene de su corazón, de ahí salen los malos pensamientos y las acciones pecaminosas, la boca y los labios son solo simples portadores. El hombre sabe que su corazón está contaminado. Comienza su descenso. Igual que el Lucero del Alba fue expulsado del paraíso, el alma del hombre también comienza a descender hacia el infierno. A su paso solo ve destrucción y oye las Lamentaciones de un pueblo que, en su misma situación, añora la gloria pasada y aun desesperada, sigue esperando que llegue la ayuda. Un triste diálogo desesperado, entre dos fuerzas que se oponen desde lo más profundo de su esencia. Pese a todos sus errores, la luz lucha por liberarse del yugo de la sombra. Aquello que pertenece a los reinos celestiales no puede permanecer sojuzgado en el averno. Al final del descenso el hombre se dispone a ser juzgado. El Cielo y la Tierra son sacudidos, ese terrible día que el hombre presagiaba ha llegado. ¿Podría alguien salvar su contaminado corazón? “Libera me, libera me”, la plegaria inunda toda su cabeza ahogando cualquier otro pensamiento. Tenebrae factae sunt, caen las tinieblas, nadie ha acudido a su llamada desesperada. Su castigada alma no ha hallado el reposo etéreo. El juicio concluye, por última vez, el hombre se encomienda al Salvador. Solo le queda una esperanza, la redención. Versa est in luctum, su alma se ha sumido al luto a punto de ser devorada por las llamas del infierno. En un último aliento de esperanza el hombre clama “perdóname, Señor, porque mis días no son nada”. Tras esta desgarradora súplica, el silencio. Revelador y eterno.