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"> Nos siguen sacando los colores – Scherzo – El León de Oro

Artículo de opinión de la revista Scherzo
Eduardo Torrico – 23/02/2023

En el fondo, los españoles siempre nos hemos sentido un poco acomplejados y hasta abochornados por el hecho de que fueran los británicos los que dieran a conocer al mundo entero, allá por los años 60 y 70 del pasado siglo, las joyas de la nuestra polifonía renacentista. Supongo que, tarde o temprano, algún músico nacional habría acabado entrando en la cueva del tesoro, pero el proceso se aceleró gracias, principalmente, a Bruno Turner y su grupo, Pro Cantione Antiqua. Turner, que el pasado 7 de febrero cumplió 92 años, acabó viniéndose a vivir a España, a la localidad almeriense de Turre, para tener mucho más cerca esas partituras de la mejor etapa de la música española, a las que aquí nadie prestaba atención.

Hubo una especie de explosión (explosioncilla, más bien) de orgullo patrio a principios de los 90, cuando se nos vinieron encima los fastos por el V Centenario del Descubrimiento de América, en 1992. Algunos entonces repararon en que, entre las muchas cosas que España llevó al Nuevo Mundo, había música. E, incluso, en que esta música era tan buena o mejor que la que se hacía en otras partes de Europa. En ello tuvo bastante que ver Jordi Savall, que grabó tres discos en Astrée Audivis dedicados a Tomás Luis de Victoria, Francisco Guerrero y un tal Cristóbal de Morales, que resulta que había compuesto el sobrecogedor Officium Defunctorum que sonó en la Catedral de México en noviembre de 1559 en conmemoración de la muerte del emperador Carlos V, fallecido en septiembre del año anterior en el Monasterio de Yuste.

Lo admito: yo supe de la existencia de Morales gracias a aquella grabación. Pocas obras musicales me han impactado tanto como el Officium Defunctorum de Morales. Aún recuerdo, sobrecogido, mi primera escucha, que no fue una, sino cinco: era una fría y nublada tarde en la gaditana playa de La Barrosa, el día 17 de noviembre de 1993. No había allí ni un alma. Pude disponer de una playa semivirgen de ocho kilómetros para mí solo durante esas cinco horas. Y sé que fueron cinco horas porque escuché esta música fúnebre de Morales cinco veces seguidas, sin ser capaz de parar, en un reproductor de casetes, que es lo que había entonces. Tampoco es casualidad que recuerde con tanta exactitud la fecha y el lugar: yo estaba allí para cubrir la información de la selección española de fútbol, que al día siguiente se jugaba en el Sánchez Pizjuán de Sevilla su pase al Mundial de Estados Unidos frente a Dinamarca. Ganó España por 1-0, con gol de Fernando Hierro, a pesar de jugar desde el minuto 11 con diez jugadores. O, más bien, gracias a jugar desde el minuto 11 con diez jugadores, ya que el expulsado fue Andoni Zubizarreta, al que en ese momento nadie quería en la selección (al frente de la cual estaba el simpático y cordial Javier Clemente, su valedor). Entró por el vasco un joven Santiago Cañizares, que hizo un partidazo y… sí, es verdad, me estoy yendo por la tangente.

A lo que iba, con cierta timidez algunos grupos corales españoles (sobre todo, Musica Ficta, bajo la siempre certera dirección de Raúl Mallavibarrena, o La Grande Chapelle, primero con su fundador, Àngel Recasens, y luego con su hijo Albert) empezaron a hacer conciertos y grabar discos con música de nuestros polifonistas del Renacimiento (sobre todo, del trío mágico Victoria-Guerrero-Morales). Pero seguían siendo los británicos (o los casi británicos, como es el caso del australiano Michael Noone) los que partían el bacalao. Muy poco a poco, la situación fue cambiando y los grupos españoles empezaron a hacer magníficas lecturas de esta música. Y nos envalentonamos tanto que, con arrobas de jactancia, hasta nos atrevíamos a decir que los ingleses eran muy fríos cantando polifonía hispana renacentista, sobre todo si la comparábamos con lo que hacían nuestros grupos.

Ya en nuestros días, nadie puede poner en duda que algunos coros españoles hacen esta música tan bien como la hacen los británicos o los belgas. Incluso, un coro como El León de Oro (que no es solo especialista en polifonía renacentista) graba con Hyperion (el sello más prestigioso de cuantos publican discos de música coral) y reciben infinidad de halagos y distinciones. Pero, oigan, qué quieren que les diga… ¡nos siguen sacando los colores!

Un joven coro de voces exclusivamente masculinas llamado De Profundis, surgido en la Universidad de Cambridge, acaba de publicar, precisamente en Hyperion, el primero de los doce volúmenes que contendrán todas las misas y todos los magníficats de Cristóbal de Morales. De Profundis canta de maravilla, vaya eso por delante, pero ¿es que a nadie se le había ocurrido en España hacer un proyecto de estas características? Ya, ya sé que corren malos tiempos para la lírica, que no está el horno para bollos y que escasea el dinero para la cultura, que, por otro lado, tampoco ha sido nunca una prioridad de nuestros políticos (los de la izquierda, los de la derecha o los del centro, si es que alguna vez hubo centro en este país). Ya tuvimos nuestra buena dosis de sonrojo ajeno cuando Noone, con el Plus Ultra Ensemble (un grupo más británico que el Big Ben), grabó en Deutsche Grammophon toda la música sacra que se conserva de la etapa madrileña de Victoria, unas noventa obras aproximadamente (proyecto financiado por Caja Madrid, para más inri). Eso sí, junto con Schola Antiqua de Juan Carlos Asensio para el canto gregoriano (y con Andrés Cea al órgano en un par de volúmenes). Ahora, por si no queríamos caldo, aquí tenemos la segunda taza: la polifonía renacentista hispana sigue siendo cosa de los ingleses.

Esperemos que, aunque lo hagan otros, el proyecto no se vea abortado: solo unas horas después de que De Profundis pusiera en circulación el primer volumen de esta serie dedicada a Morales, Universal Music anunciaba la compra de Hyperion, que durante décadas, como si se tratara de la irreductible tribu gala de Astérix, había resistido los embates de la globalización y se había negado a que su música fuera distribuida por plataformas digitales.

Enlace al artículo en Scherzo digital aquí.