Como bien sabéis, El León de Oro ofreció un concierto ayer domingo en la Capilla del Palacio Real de Madrid, ese maravilloso espacio que evoca tiempos de gloria, música de corte y largas misas en latín.

El programa, de título «Los maestros flamencos de la corte española», no podía ser más acorde al lugar. Los grandes compositores renacentistas de los Países Bajos, como Manchicourt, Payen, Rogier o George de la Hèle eran traídos a Castilla para poner su arte al servicio directo de la monarquía.

Con la capilla llena, un público entregado y una interpretación inmaculada, no es extraño que estas sean las palabras utilizadas por la prestigiosa Revista Scherzo para comentar el concierto.

Revista Scherzo – lunes 26 de febrero de 2024 – Manuel M. Martín Galán

En esta ocasión el FIAS nos llevó a la capilla del Palacio Real para asistir a la recuperación en tiempos modernos de una música creada cuatro siglos y pico atrás para sonar en un ámbito funcionalmente idéntico, topográficamente aproximado, pero arquitectónicamente distinto, la capilla del Real Alcázar de los Austrias. Fue artífice de esta recuperación Marco Antonio García de Paz, al frente de su coro El León de Oro. Y con un programa monográfico centrado en los compositores de origen flamenco que sirvieron a Felipe II. Heredó éste de su padre Carlos V la capilla flamenca y aunque la fusionó con la de tradición autóctona, mantuvo a su frente durante todo su reinado a maestros de origen flamenco: Nicolas Payen, músico que ya había servido al emperador, dirigió la Real Capilla hasta su muerte en 1599, Pierre de Manchicourt (maestro entre 1561 y 1564), Jean de Bonmarché (1565-1570), Gerard van Turnhout (1572-1580), Georges de la Hèle (1582-1586) y Philippe Rogier (1586-1596).

Las motivaciones que le llevaron a esto unían al respeto por las recomendaciones de su padre y su gusto personal, las de tipo político (visualizar la complejidad territorial de la Monarquía) y propagandístico (prestigio internacional de la música flamenca). Cuatro de estos compositores estuvieron representados en el concierto del domingo con obras, insisto, que no habían vuelto a cobrar vida desde el siglo XVI. De Nicolas Payen se interpretó el motete Virgo prudentissima, denso en su concepción sonora y con ecos de su maestro Gombert. Manchicourt, también influido por Gombert, estuvo presente con tres obras. Si en Osculetur me, con texto entresacado del Cantar de los Cantares, y Emendemus in melius predomina la concepción austera heredada del maestro, en el jubiloso Regina coeli, a seis voces, ejemplo de la complejidad a que podía llegar la polifonía tardo-renacentista. Los dos motetes de Rogier, que había pasado casi toda su vida en Madrid, muestran los inicios de la influencia veneciana. Insistencia en la luminosidad de las voces agudas en Cantantibus organis; ritmos muy ágiles y brillantes en el Regina coeli para doble coro que abrió el concierto.

Pero, sin lugar a duda, la obra más importante del programa fue la Missa Prater rerum seriem de George de la Hèle. Estructurada para siete voces (ocho incluso en algún momento), se basa en el motete del mismo nombre de Josquin y presenta un impresionante despliegue de recursos técnicos con los que exprime las posibilidades de la fuente original, lo que se traduce en una asombrosa y bellísima complejidad tímbrica. “Error histórico”, comentó García de Paz al referirse al actual desconocimiento de dicha partitura. Error que ha comenzado a corregir, porque ya la ha grabado para un prestigioso sello discográfico, como el resto del programa que pudimos escuchar en el concierto.

El León de Oro, como afirmó mi querido y añorado Eduardo Torrico, es uno de los mejores coros de España. Y aunque ha transitado por variados caminos musicales, su ámbito natural es la polifonía renacentista y proto-barroca. La pericia con que se desenvuelve en este repertorio pudo apreciarse desde que sonaron las primeras notas. Se contó con siete formaciones distintas, una por obra, oscilando entre los 20 componentes de, por ejemplo, el Emendemus de Manchicourt y los 32 de la Missa de De la Hèle. ¿Una formación excesiva para una música pensada evidentemente para un grupo más reducido? Sería una observación, más que reproche, quizá válida para otro espacio. En la imponente Capilla Real sus voces, bien empastadas y afinadas, nunca parecieron abrumadoras. ¿Faltaron voces blancas o masculinas agudas? Es un debate que, creemos, nunca se resolverá. Es preferible, creemos, centrarse en los resultados. Y estos son que García de Paz dirigió con finura cuidando el conjunto, pero atento a todos los detalles y matices. Y su coro -porque es obra suya- respondió a la perfección, con una envidiable coherencia sonora. Si tuviera que destacar dos momentos sobresalientes, lo haría con los extremos del concierto: el Regina coeli de Philippe Rogier, breve en duración, pero amplio, dilatado y ágil en su concepción y, como señalé más arriba, bordeando ya el cambio estilístico, y, sobre todo, la grandiosa misa de De la Hèle (lástima, por cierto, que la mayor parte de sus partituras desapareciera en el incendio del Alcázar de 1734). Ahí el director conjugó al máximo técnica y expresividad logrando, literalmente, emocionar y conmover.