Teatro Jovellanos de Gijón – 1 de mayo de 2021 a las 18:30

Intérpretes:

Aurum y Peques LDO

MARÍA PEÑALVER, solista
SANDRA ÁLVAREZ, solista
CLAUDIA GONZÁLEZ, solista
CARLOTA IGLESIAS, solista
ANA PÉREZ DE AMÉZAGA, coreografía
CLARA RODRÍGUEZ, vestuario
ELENA ROSSO, directora

Programa:

  • Fervor na brétema – Javier Fajardo
  • Murasame (The Mists of the Evening) – Victor C. Johnson
  • Tundra – Oja Gjeilo
  • Vox Tronica – Tobin Stokes
  • The Seal Lullaby – Eric Whitacre
  • Past Life Melodies – Sarah Hopkins
  • Virita criosa – Thomas Jennefelt
  • Under the Willow – Stephen C. Foster, arr. Susan LaBarr
  • Kayama – Karl Jenkins
  • Amaté adea – Karl Jenkins

Notas al programa:

En el folclore japonés, los kodamas son espíritus que habitan en los bosques. De morfología casi humana y color blancuzco, casi transparente, la mayoría de ellos son sorprendentemente fuertes y poderosos, además de longevos, y su único enemigo es aquel que no respeta el medio ambiente y ataca directamente su hábitat natural, el bosque.

Su comunicación con el mundo y las fuerzas va más allá del entendimiento de muchos otros seres, al igual que sucede con la música, quien hoy será fiel compañera de batalla de los kodamas encarnados en Aurum y Peques LDO en su lucha contra el mal.

Amanece. Las luces del alba se entremezclan con los sonidos del bosque y los kodamas se despiertan con Fervor na brétema. Están maravillados por la energía que desprende la luz del Sol que se cuela entre las ramas de los árboles.

A lo lejos, se oye correr un río; ¿qué sería del bosque sin el agua? Las pocas brumas que se había resistido a la salida del Sol se dispersan y la corriente trae un nuevo canto, Murasame, cuyas melodías discurren parejas al agua que baja danzando en la corriente.

Pero no es el agua lo único que da vida al bosque, puesto que son muchas y muy variadas las especies que habitan en tan impresionante paraje, igual que el que describe Ola Gjeilo en Tundra, en un recorrido mágico que los kodamas nos ofrecen a través de sus propios cuerpos.

Poco nos dura el éxtasis tras el viaje por los terrenos de los espíritus japoneses: se acercan las máquinas que vienen a destrozar su preciado bosque. Los guardianes del idílico paraje huyen aterrados y vuelven a escena unos seres plateados al son de Vox Tronica, funcionando como los mismísimos engranajes de un reloj y listos para acabar con lo que se interponga en su camino. Solo obedecen a un dios: la destrucción.
Los más pequeños kodamas se sienten atraídos por estos brillantes seres a quienes no dudarán en plantar cara a pesar del miedo que recorre su cuerpo. Cuando las máquinas cesan en su jornada, todos los kodamas se reúnen para cantar The Seal Lullaby a su hogar, una nana con la que las voces mecen al bosque en sus brazos como una madre que asegura a su hijo que todo va a salir bien. Acto seguido, pasan a la acción. Comienza el ritual y los kodamas invocan a sus fuerzas ancestrales; suena Past Life Melodies, cantos celestiales tan antiguos y tan poderosos como su amor por el bosque.
El rito da sus frutos, la lluvia comienza a caer, el viento peina de nuevo las ramas de los árboles, pero los seres metálicos no se van a rendir sin luchar. Virita criosa, llega la batalla del bien contra el mal, lástima que las máquinas no crean en nada más allá de la destrucción porque ese es el final que la contienda con los kodamas les depara. Son expulsados del bosque y vuelve a reinar la paz. Resguardados a la sombra de la tarde los espíritus del bosque entonan: “Under the willow no song is heard, near where my darling lies dreaming”, y tienen razón, ningún sonido perturbará ya la rutina de su querido bosque que descansa por fin tranquilo.

¡Aún cabe hueco para la celebración! Mientras cae el crepúsculo los árboles celebran junto a los kodamas la victoria cantando Kayama, donde el folclore y de nuevo algunas voces ancestrales resuenan en todo su esplendor por todos los rincones del bosque. Y, como no podía ser de otra forma, antes de despedir el día, todos los espíritus se reúnen para despedirse de nosotros regalándonos una canción que expresa su devoción por el santuario que habitan, Amaté adea, y que además nos recuerda, que cuando ellos no estén por aquí, solo quedaremos nosotros para enfrentar la destrucción.

Violeta Rubio